Escribí esto hace casi cinco años como una respuesta a una editorial del Norte en la que el autor -Gerardo Puertas- justificaba el relativisimo en la búsqueda de la verdad. Nunca mandé el texto al autor porque... no sé porqué. Lo pongo ahora aquí. Va.
A PUERTAS
Enero 2005
Su editorial "Disfraces" llamó mi atención. Escribo estas líneas unos días después, habiendo meditado su texto. Lo escribo inspirado en Cicerón, guía en mi búsqueda de la inmutable naturaleza humana.
Habla usted de la dignidad del ser humano. Propone la libertad y la igualdad, la diversidad y la tolerancia, así como la justicia y la inclusión. La práctica sincera de estos valores en la sociedad traería consigo la paz, alejando de nosotros esa estela de violencia que caracteriza a la humanidad.
Intento imaginarme ese mundo ideal. Entonces se me vienen a la cabeza numerosas preguntas. La primera y más importante es esta; ¿y la verdad? Hablo de la verdad, de aquella que tantos poetas y filósofos han buscado a la luz de la luna y bajo la luz del sol y a través de los verdes campos y frente al incansable mar. Hablo de la verdad que nos rodea y nos constituye; la que nos permite vivir y pensar y hacer ciencia y relacionarnos con las personas.
¿Existe una sola verdad? Superando los deseos humanos de multiplicar la verdad -se da esto cuanto se promueve el pluralismo en las cuestiones esenciales de la vida- para no tener que cambiar la manera propia de vivir, podemos reflexionar sobre esta cuestión, aproximándonos a ella sin velos que subjetivizen nuestra mente y nuestros juicios.
¿Qué tan lógico es que, en el fondo, exista una sola verdad en lo referente a las grandes cuestiones de la humanidad?
Todos los humanos buscan la felicidad. No hay duda que cada quien llega por caminos diversos a este deseo innegable. Pero -y es donde debo tener cuidado para no ser malinterpretado, pues parecería que me opongo a la tolerancia y al pluralismo- ¿no será que en el futuro, una vez superadas las imperfecciones del conocimiento, el mundo entero confluya en unas mismas verdades esenciales sobre Dios y el hombre, y en un pluralismo en cuanto a lo opinable?
¿Hacia dónde fluye todo? El mundo parece inclinarse por la diversidad casi infinita de la moral y de la religión. Sin embargo, en las grandes religiones y en los cuerpos morales de la sociedad vemos muchos axiomas en común.
El tema de los derechos humanos apoya esta teoría. Hoy en día se afirma que todos los seres humanos tienen una dignidad que debe ser respetada. Se dijo en París a finales del siglo XVIII, se ha repetido en la Organización de las Naciones Unidas a mediados del XX, y se ha reiterado en un montón de Cartas magnas de los Estados contemporáneos. En el mundo occidental, poca gente niega que todos los humanos deban de ser libres, iguales y tratados con justicia.
Y ¿qué tan sensato es que los que creen firmemente en algo divulguen su ideología para llevar a más personas a que piensen como ellos? Esta práctica nace sobre raíces metafísicas; bonum diffusivum est, el bien es difusivo por naturaleza.
Si un determinado grupo de personas cree -y está convencido de ello porque ha vivido así- que la mejor manera de pensar y de vivir es como lo hacen ellos, ¿porque no propagar esa teoría y esa práctica? Si a ellos les trae la felicidad, ¿porqué no difundirlas?
¿Cómo es que debemos defender nuestros principios? Los defenderemos con tolerancia y con respeto, pero los defenderemos.
Es este un tema de difícil resolución; se trata de encontrar un equilibrio entre el pluralismo y la verdad. Un equilibrio entre la tolerancia y el proselitismo.
Lo que se me dificulta negar es que haya caminos más verdaderos que otros. Hay que aceptar el pluralismo y la tolerancia, pero no podemos quedarnos quietos, sin hacer nada, difundiendo el pluralismo y la tolerancia en vez de la Verdad.
Como enemigo de esta teoría se encuentra la historia, testigo –sincera a veces, manipulada otras- de triunfos y derrotas, de servicio y de abusos, de lucha por el bien común y lucha por el bien individual.
Como amigo de esta teoría se encuentra la naturaleza del hombre, que siempre busca la felicidad y que quiere eternizar su vida. Esta naturaleza es la misma de todos; es la de Moisés, la de Homero, la de Cicerón, la de Tomás de Aquino, la de Dostoiyewski, la de Ghandi... Me parece que ya es hora de cuestionar al individualismo como se ha hecho con cada una de las ideologías que se propagan, y ver si lleva a algo constructivo.
No sacrifiquemos la verdad por el presente.
1 comentario:
Está muy chido, es cierto que (sobre todo en muchas universidades) se promueve más la tolerancia y el pluralismo como verdades en sí que como medio para la búsqueda de la verdad. Puede ser incluso devastador el efecto de llevar todo esto a su máxima consecuencia o, como tu dices, llevar esto a una sociedad "utópica" nos llevaría a consecuencias nefastas.
Publicar un comentario