lunes, 30 de noviembre de 2009

Misericordias Domini

i. Una de las sensaciones más humanas es la del arrepentimiento. No me refiero ni al remordimiento ni a la obsesión escrupulosa. Cuando pienso en arrepentimiento lo visualizo como una respuesta que tiene preparada el corazón para la estupidez propia: una oportunidad de dar marcha atrás a la violencia y al egoísmo humano que está al alcance de todos.

Creo que entre más humana sea una sensación puede ser más divina; entre más grande sea la sensación más se aproxima al cielo y mejor puede ser penetrada por la Gracia de Dios. Por eso creo que el arrepentimiento es muy humano.

Quería escribir algo sobre el arrepentimiento como una respuesta a las mociones divinas. Nos arrepentimos porque queremos resarcir la ofensa que hemos cometido. Un niño tiene muy claro esto: desobedecer a su conciencia es algo muy doloroso. Por eso pide perdón con lágrimas cuando ha ofendido a sus padres. No tienen claro todo lo que sus padres han hecho por él, pero alcanza a vislumbrar un esbozo de su entrega. Y detrás de ese acto –o más bien, por encima– están los padres que le han enseñado a seguir la voz de su conciencia a la hora de discernir qué es bueno y qué es malo.

Con Dios pasa lo mismo. Nos duele haber rechazado su amor –eso es el pecado, un rechazo nuestro, más que una haber desobedecido a Dios– porque Él quiere perdonarnos. Siempre. Las veces que sean necesarias. Las veces que se lo pidamos. Nos tira el anzuelo para que piquemos. Y ya en el camino del arrepentimiento nos topamos con que Dios mismo sale a buscarnos con un abrazo. No era tan largo ni doloroso el camino de vuelta como parecía.

ii. El corazón humano no necesita un lugar físico para expandirse. No lo necesita tampoco para desplegar su infinito potencial capaz de percibir belleza. La historia ha visto cientos de poetas que, encerrados en las peores condiciones de pobreza o de cautividad, han logrado expresar con elegancia, sutileza y magnanimidad la luz que surge del corazón humano, por más oprimido o necesitado que esté.

Pero me parece evidente que ciertos lugares facilitan y promueven esa comunión del corazón con la belleza y con la bondad.

Pienso en iglesias antiguas, altas y frías. Pienso en Notre-Dame de París, en Brompton Oratory de Londres, en San Juan de Letrán de Roma –salvo en agosto pues seguro que fría no estará–, en la Catedral de Toledo, en la Catedral praguense de San Vito y en la Stephansdom vienesa. Sí, también pienso en Fátima, en Santa Engracia, en Reina de los Ángeles y en San Franciso… pero sólo porque me recuerdan a esas otras grandes iglesias.

En ellas es fácil percibir la llamada divina al arrepentimiento, y más si un órgano y un coro llena el aire de música.

Uno se deja envolver por Dios –claro, también al alcance en cualquier montaña, en cualquier bosque y en cualquier noche oscura, pero menos palpable– y se deja llevar por senderos que reconducen a la paz y a la serenidad. El corazón suelta sus amarras terrenas y se funde con la Misericordia divina. Las lágrimas tímidas y los deseos de santidad dejan de ser ásperos y se endulzan con la Gracia. Vemos al Crucificado que abre sus brazos a la humanidad entera en medio de un dolor que nos purifica. ¿Quién puede resistirse a esta suave llamada a la reconciliación? Y ya, al borde del llanto contrito, nos topamos a la Virgen que nos sonríe. Entonces lloramos hasta quedarnos sin lágrimas.

Y viene la Paz. Y reiniciamos el camino… otra vez.

iii. Mozart compuso Misericordias Domini (las Misericordias del Señor) usando como base el salmo 89, cuyos primeros versos dicen: “Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque tú has dicho: Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el cielo (…)”.

Me parece que el mundo cambiaría bastante si meditásemos con frecuencia esta última frase.

lunes, 23 de noviembre de 2009

¿Dónde quedaron los milagros portentosos?

Cuando uno se pone a ver el libro de los Hechos de los Apóstoles, y ve cómo con la sola sombra del Apóstol Pedro, los tullidos quedaban sanos, cuando uno ve cómo los mismos Apóstoles podían rescucitar muertos, cuando uno ve cómo se aparecían ángeles que liberaban a los Apóstoles de su cautiverio, y más aún, cuando uno lee literalmente de boca de Jesús que "Si tuviéramos fe, del tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedeccería" (Cfr Mt 17, 20)... cuando uno lee todo esto, surge obligadamente la siguiente pregunta: ¿dónde están todos estos milagros portentosos?

Es decir, ¿por qué en estos tiempos que nos toca vivir ya no se ven este tipo de milagros extraordinarios? ¿acaso será que ya no tenemos suficente fe? Este ha sido un tema recurrente cuando me he puesto a platicar con amigos acerca de la famosa "Primera Comunidad" o Iglesia Primitiva. Y siempre queda esa gran incógnita. Tan es así, que en una de esas pláticas espontáneas, alguien dijo que una vez había oído a un sacerdote decir "íjole, si me trajeran un paralítico no me animaría a decirle 'levántate y anda' porque no creo tener la suficiente fe". Después de meditarlo un buen tiempo, creo que puede haber dos posibles soluciones, aunque no descarto que haya más...

La primera sería que sí, efectivamentte ya no tenemos fe ni siquiera de un granito de mostaza. Y precisamente por eso, ya no podemos hacer milagros... si bien, es la primera posibilidad, y la más fácil de conjeturar. Pero esto nos llevaría a cuestiones un tanto más delicadas: ¿incluso el menor de los Apóstoles tenía muchísima más fe que Juan Pablo II o que Benedicto XVI? ¿si sí, en qué punto se rompió esta fe? ¿a partir de quién cesaron los milagros y empezamos a vivir en una época ausente de milagros?

No es tan sencillo hallarle respuesta a estas cuestiones, sobre todo a la primera, porque claro está que como Pastor de la Iglesia, Benedicto es una persona sumamente preparada y con una fe inmensa, ya que, de otro modo, no podría pastorearnos hacia el Dueño del Rebaño. Y la segunda pregunta, también es difícil de responder... no creo que haya un punto en el que "fum..." se apagó la fe.

Ahora bien, la segunda posibilidad es la siguiente: en ese momento histórico (en el nacimiento de la Iglesia), Dios en su sabiduría conocía que los milagros requeridos para que "carburara" la Iglesia era permitir que la Gracia se manifestara en curaciones, en resurrecciones, en lenguas de fuego, etc. Para sustentar esta posibilidad, hallé esta cita, creo que puede iluminar un poco mi punto: "Los Apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder, y auúel era para todos un tiempo de Gracia excepcional" (Hch 4, 33). Luego entonces, es posible que Dios permitiera como algo excepcional que se realizaran ese tipo de milagros, porque era lo que ocupaba la Iglesia en ese momento.

En tal virtud, en esta época no se estarían realiando este tipo de milagros extraordinariamente portentosos no por falta de fe, sino por planes divinos. Me inclino mucho más por esta posibilidad, ya que, si bien, creo que nos falta mucha o muchísima fe, no creo que aún incrementándola estaremos en posibilidades de multiplicar panes así como así.

Entonces, ¿dónde están los milagros? Y siempre viene a mi mente el paso de la Iglesia a través de 1980 años, en los que ha sido perseguida, exhiliada de países, ha habido gente dentro de la misma Iglesia tratando de destruirila decididamente, gente de afuera con el mismo cometido, en fin, infinidad de detractores, de obstáculos, de trabas, y la Iglesia sigue en pie. Si tú te metes en youtube y pones "iglesia católica" encontrarás videos a favor y en contra de la Iglesia, la relación entre uno y otro es abismal, por cada uno a favor, encuentras muchísisimos en contra. Y aún así, la Iglesia sigue creciendo.

En conclusión, creo que siempre será necesario pedirle al Espíritu Santo que incremente en nosotros la virtud teologal de la fe, pero creo también, que si hoy no estamos curando muertos en cada esquina con la sombra de nuestro carro, no es porque seamos sólo pseudocreyentes, sino porque en el plan de Dios, la portentosidad de los Milagros está en la Majestuosidad de la historia de la Iglesia a través del tiempo, en los pequeñas pero asombrosas luminarias que ha dado y sigue dando nuestra Iglesia (San Francisco de Asís, San Juan María Vianney, San Josémaría Escrivá, Juan Pablo II)... ahí, en el Templo, en cada consagración, está el milagro más grande y portentoso, en Jesús hecho Eucaristía en su Iglesia.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Sobre "Sobre el relativismo"

Me llamó mucho la atención la entrada "Sobre el relativismo" y pensé en dejar un simple comentario, pero pensando un poco sobre el contenido lo encontré un poco flaco y decidí profundizar, y con ello cambié de opinión para crear esta entrada, pues, espero, sería muy grande para un comentario.

Cabe aclarar recalcar mi poco estudio fundamentado en el tema. Esto no quiere decir que no tenga fundamentos, sino que ellos no vienen apoyados de un gran nombre (a menos que El Espíritu quisiera iluminarme para no errar en un tema tan poderoso), por lo que tengo miedo de perder credibilidad. Confiemos por lo pronto en mi desvelado juicio hasta no ser desmantelado.

Para nada se crea que se trata de una respuesta a la entrada anterior, todo lo contrario, no es una refutación en ningún sentido (de hecho quisiera saludar de especial manera a a.o. por aventurarse en este tema y salir en defensa de la valiosa verdad), véase como una ampliación.

Pensando sobre el tema y siguiendo el hilo del argumento sentí que existe una especie de “grieta” y que vale la pena rellenar. En el hecho de que existen las verdades absolutas coincidimos, pero nos hemos saltado ese camino que nos jala desde el relativismo hacia las verdades absolutas.

Yo intenté imaginar un mundo distinto, en el que el relativismo fuese extendido a todos los campos, y me atrevería a decir que tal pudiera ser una no muy lejana descripción del caos. Si bien el relativismo moral tiene bastante peso, creo que somos afortunados de que el relativismo no se ha expandido tan considerablemente a otras áreas. Qué suerte que los relativistas no han invadido el campo de las convenciones o el área de lo material, imaginémonos como bebés cada cual balbuceando según su parecer ante el mismo vaso de agua. En efecto, estos no son temas trascendentales para el hombre (lo son para la civilización y la sociedad), tal vez es más importante para el individuo si ese vaso es realmente un vaso.

Si la verdad es la adecuación del pensamiento con la realidad, de entrada, el relativismo no tiene cabida, pues pensamientos habrá tantos como personas, pero realidad sólo una. Entre más se acerque mi pensamiento a la realidad, más verdadero es. Lo que es realidad evidente no es cuestionada por los relativistas (un caballo es un caballo no importa desde donde se mire). El problema es el relativismo en lo abstracto, por ello esto mismo de la verdad se vuelve “subjetivista”.

Es curioso cómo los relativistas pueden ver muchas verdades en una sola cosa. Tal vez sea porque eso no es evidente para ellos, si fuera evidente no se atreverían a darle diferentes “verdades” como en el caso del caballo. Es como si dijeran que un caballo es una gallina, así de absurdo es decir que matar una persona inocente está bien. Entiendo que existan circunstancias agravantes o atenuantes pero éstas no pueden cambiar la moralidad total de algo.

Personalmente creo que el relativismo viene de esta ignorancia, culpable o no culpable, consciente o inconsciente, pero ignorancia.

martes, 17 de noviembre de 2009

Los otros seis pecados capitales

"...para la mayoría de la gente, la palabra "inmoralidad" ha pasado a significar una cosa, y solo una...Un hombre puede ser codicioso y egoista; despiadado, cruel, envdioso e injusto; brutal y violento; avaro, falto de escrúpulos y mentiroso; obstinado y arrogante; estúpido, huraño y carente de cualquier instinto noble... y aún así somos capaces de decir que él no es inmoral. Recuerdo que, en cierta ocasión, un jóven me dijo con toda sinceridad: "No sabía que hubiera siete pecados capitales; digame, por favor, cuáles son los otros seis". (Dorothy Sayers, "Los otros seis pecados capitales")

Me pareció interesante ésta reflexión, pronunciada hace poco más de medio siglo en una Europa cada vez más tendiente al modernismo. De hecho lo que más me parece interesante es que Dorothy Sayers, junto con un pequeño ejército de escritores cristianos como G.K. Chesterton y Hillaire Belloc, , profetizaron de manera espantosamente atinada el porvenir ideológico y moral del resto del siglo.

Es un hecho que en nuestra sociedad (llámese modernista, posmodernista, o como sea) se ha perdido de una manera impresionante (y preocupante) la ortodoxia cristiana. El mundo (hablo de la parte que conozco: occidente) se ha polarizado casi tanto como en tiempos de los primeros padres. Paganos (algunos disfrazados de cristianos de cualquier denominación) y cristianos que obedecen la ley de Dios, y ya. Lascivos y mojigatos, les llama Dorothy Sayers, caras opuestas de una misma moneda puritana.

La cosa es que la carta del puritanismo se juega demasiado. El pecado (fuera de no asistir a celebraciones de precepto) se ha reducido prácticamente a situaciones que atenten contra la pureza y sexualidad. Y solo es un mal cristiano quien no atiende a alguno de estos dos preceptos. Es más, si los atiende, ya "está del otro lado" y hace bien, es bueno, mientras siga haciendo eso está bien y "al cabo su apostolado es el ejemplo".

Sin quererlo y darnos cuenta, hemos vuelto a un estado de fariseísmo en el día con día. La ley por la ley, la hipocresía y el "gracias por que no soy como aquél". Todo esto tergiversando el evangelio a nuestra manera y circunstancias. El mandamiento nuevo, la radicalidad de sus posturas, la lucha contra el mundo, todo esto se ha convertido en un cumpliento de simples preceptos dominicales y normas básicas (demasiado básicas) de vida para quienes se quieran llamar cristianos. Esto también aplica para quienes están en algún grupo eclesial, donde muchas veces existe la tentación de ir simplemente por que "me siento bien" o "es algo bueno". Y claro que esto no atrae ni poquito a los que buscan verdaderamente un sentido a la vida convirtiéndose más fácilmente en paganos.

Dijo alguien por ahí que no hay que confundir el amor con las ganas de ir al baño. El evangelio no habla de normas y preceptos, sino todo lo contrario. Sin embargo la ley viene por añadidura al amor y entonces si habrá que cumplir. Existen otros seis pecados capitales y desentenderse de su existencia es desentenderse de Cristo. Cuidemos más nuestra conciencia, procurando examinarla más seguido (hay quienes sugieren dos o tres veces al día) sabiendo que es preferible ser escrupulosos al momento de formarla a dejarla moldearse con los criterios del mundo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Responsabilidad y deber.

Hace unos días, en una velada en casa de un buen amigo, surgió una discusión un tanto enriquecedora y a la ves controversial. Discutíamos acerca de la responsabilidad de los sacerdotes, comparada con la responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Había dos posturas, una argumentaba que todo tenemos igual responsabilidad en la construcción del Reino de Dios, y que muchas veces los laicos nos excusamos en el argumento de que los Sacerdotes son los encargados de ese departamento. Por otro lado la postura contraria, por así llamarla, argumentaba que los sacerdotes tienen una autoridad, una responsabilidad y una carga que en nada se compara a la de los laicos, y que por tanto sus fallas afectan a muchísima gente, y en el Juicio de Dios, si han fallado a su encomienda, serán castigados mucho más severamente.

La discusión tuvo muchos argumentos, algunos compartidos, otros no, sin embrago el día de hoy (11 de noviembre de 2009) nos topamos con una primera lectura que nos iluminó bastante el tema; este pasaje es Libro de la Sabiduría 6, 1-11, e ilustra perfectamente como la responsabilidad sobre otras personas SI es un factor a tomar en cuenta en el juicio que un día vamos a enfrentar, y es un hecho que las personas que representan la figura de líderes en grupos humanos tienen el deber y la obligación de ser ejemplo de estos grupos, incluyendo sacerdotes, jefes, gobernantes, etc.

Esta lectura es muy clara en que “un juicio implacable espera a los que mandan”, por lo tanto, podemos concluir que por un lado todo tenemos la responsabilidad de construir el Reino de Dios aquí en la Tierra, y está muy mal excusarnos en la autoridad y responsabilidad de los sacerdotes en esta misión, sin embargo, hay de aquel sacerdote que no cumpla la voluntad de Dios pues será juzgado con mucha más severidad que los laicos pues dice la escritura “Al pequeño, por compasión se le perdona, pero a los poderosos se les castigará severamente”. Esto es igual para los jefes que abusan de sus trabajadores, que no reparten utilidades, que abusan de la imperiosa necesidad que llevar el pan a la mesa, estos serán juzgados con la misma severidad; igual que todas las personas que ocupan puesto de poder en algún grupo humano.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Sobre el relativismo

Escribí esto hace casi cinco años como una respuesta a una editorial del Norte en la que el autor -Gerardo Puertas- justificaba el relativisimo en la búsqueda de la verdad. Nunca mandé el texto al autor porque... no sé porqué. Lo pongo ahora aquí. Va.


A PUERTAS
Enero 2005

Su editorial "Disfraces" llamó mi atención. Escribo estas líneas unos días después, habiendo meditado su texto. Lo escribo inspirado en Cicerón, guía en mi búsqueda de la inmutable naturaleza humana.

Habla usted de la dignidad del ser humano. Propone la libertad y la igualdad, la diversidad y la tolerancia, así como la justicia y la inclusión. La práctica sincera de estos valores en la sociedad traería consigo la paz, alejando de nosotros esa estela de violencia que caracteriza a la humanidad.

Intento imaginarme ese mundo ideal. Entonces se me vienen a la cabeza numerosas preguntas. La primera y más importante es esta; ¿y la verdad? Hablo de la verdad, de aquella que tantos poetas y filósofos han buscado a la luz de la luna y bajo la luz del sol y a través de los verdes campos y frente al incansable mar. Hablo de la verdad que nos rodea y nos constituye; la que nos permite vivir y pensar y hacer ciencia y relacionarnos con las personas.

¿Existe una sola verdad? Superando los deseos humanos de multiplicar la verdad -se da esto cuanto se promueve el pluralismo en las cuestiones esenciales de la vida- para no tener que cambiar la manera propia de vivir, podemos reflexionar sobre esta cuestión, aproximándonos a ella sin velos que subjetivizen nuestra mente y nuestros juicios.

¿Qué tan lógico es que, en el fondo, exista una sola verdad en lo referente a las grandes cuestiones de la humanidad?

Todos los humanos buscan la felicidad. No hay duda que cada quien llega por caminos diversos a este deseo innegable. Pero -y es donde debo tener cuidado para no ser malinterpretado, pues parecería que me opongo a la tolerancia y al pluralismo- ¿no será que en el futuro, una vez superadas las imperfecciones del conocimiento, el mundo entero confluya en unas mismas verdades esenciales sobre Dios y el hombre, y en un pluralismo en cuanto a lo opinable?

¿Hacia dónde fluye todo? El mundo parece inclinarse por la diversidad casi infinita de la moral y de la religión. Sin embargo, en las grandes religiones y en los cuerpos morales de la sociedad vemos muchos axiomas en común.

El tema de los derechos humanos apoya esta teoría. Hoy en día se afirma que todos los seres humanos tienen una dignidad que debe ser respetada. Se dijo en París a finales del siglo XVIII, se ha repetido en la Organización de las Naciones Unidas a mediados del XX, y se ha reiterado en un montón de Cartas magnas de los Estados contemporáneos. En el mundo occidental, poca gente niega que todos los humanos deban de ser libres, iguales y tratados con justicia.

Y ¿qué tan sensato es que los que creen firmemente en algo divulguen su ideología para llevar a más personas a que piensen como ellos? Esta práctica nace sobre raíces metafísicas; bonum diffusivum est, el bien es difusivo por naturaleza.

Si un determinado grupo de personas cree -y está convencido de ello porque ha vivido así- que la mejor manera de pensar y de vivir es como lo hacen ellos, ¿porque no propagar esa teoría y esa práctica? Si a ellos les trae la felicidad, ¿porqué no difundirlas?

¿Cómo es que debemos defender nuestros principios? Los defenderemos con tolerancia y con respeto, pero los defenderemos.

Es este un tema de difícil resolución; se trata de encontrar un equilibrio entre el pluralismo y la verdad. Un equilibrio entre la tolerancia y el proselitismo.

Lo que se me dificulta negar es que haya caminos más verdaderos que otros. Hay que aceptar el pluralismo y la tolerancia, pero no podemos quedarnos quietos, sin hacer nada, difundiendo el pluralismo y la tolerancia en vez de la Verdad.

Como enemigo de esta teoría se encuentra la historia, testigo –sincera a veces, manipulada otras- de triunfos y derrotas, de servicio y de abusos, de lucha por el bien común y lucha por el bien individual.

Como amigo de esta teoría se encuentra la naturaleza del hombre, que siempre busca la felicidad y que quiere eternizar su vida. Esta naturaleza es la misma de todos; es la de Moisés, la de Homero, la de Cicerón, la de Tomás de Aquino, la de Dostoiyewski, la de Ghandi... Me parece que ya es hora de cuestionar al individualismo como se ha hecho con cada una de las ideologías que se propagan, y ver si lleva a algo constructivo.

No sacrifiquemos la verdad por el presente.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

cielo y Cielo

Escribir sobre el cielo es común. Cualquiera lo tiene fácilmente al alcance de la vista, a diferencia del mar, de las montañas, de la lluvia o de un bosque. Basta asomarse a una ventana o levantar la mirada si no estamos bajo techo. Ahí está siempre. Nos cubre día y noche. Nos envuelve y nos recuerda constantemente que no todo es tierra.

Los poetas lo han llamado de mil maneras para hacerlo poético: la bóveda celeste, el manto azul, el velo que nos cubre… Y no es para menos. Los atardeceres que estamos viviendo interpelan la sensibilidad de cualquiera. Las noches de luna llena se reflejan en nuestro panorama interior y lo iluminan de manera misteriosa. Los amaneceres nos tiran para arriba: estás hecho de polvo pero no estás destinado al polvo, nos susurran al oído.

Hoy fui a correr a Calzada y entendí que, aunque común, es muy difícil hablar del cielo. Me hubiera gustado tener mi Mac conmigo para escribir lo que sentí cuando recorrí con la mirada un cielo ambivalente. Era rosa. Pero era más blanco y aún más azul. Los colores se entremezclaban y producían combinaciones imposibles de describir o de pintar. Un par de pájaros volaban en lo alto –no sabría decir qué tan alto–. Las hojas de los árboles se mecían apaciblemente. No podría decir de qué color eran pues el crepúsculo escondía su verdadera tonalidad. Todas eran oscuras y en sus contornos se vislumbraban los moribundos rayos de sol.

Entonces me acordé que hace varias semanas había pensado escribir sobre el cielo y sobre el Cielo, es decir, sobre la homologación de dos términos que tienen una relación peculiar. El cielo es todo lo que no sea tierra, creo. Me parece que no es equivocado decir que el cielo comienza donde termina la tierra, donde termina el mar, donde termina la piedra y el árbol. Claro, cuando hablamos del cielo señalamos hacia arriba pero esto es porque el cielo es invisible y no podemos decir que está enfrente de nosotros. Si lo limitamos diríamos que el cielo termina con la atmósfera –¿o el espacio también es cielo?–. Quedémonos con la noción de que el cielo es ese manto que nos cubre, esa difícil combinación de colores que vi hoy en la tarde.

¿Qué relación tiene este cielo con el Cielo con C mayúscula? En inglés se distingue entre sky y Heaven (o Heavens), pero el castellano utiliza la misma palabra para nombrar a ambos.

Los cristianos creemos en un Premio Eterno que hay que conseguir en esta vida con la ayuda de la Gracia de Dios. Y ese Premio consiste –más o menos, pues acordémonos del ni oído oyó…– en muchas cosas, pero sobre todo en la Felicidad Absoluta que nos va a inundar por estar en un lugar llamado Cielo donde estará Dios y todos los que lo merecen.

Entiendo que hay un cierto grado de analogía el cielo y el Cielo, y esta analogía se aclara cuando escuchamos frases que dice la gente: “el de allá arriba”, “cuando subamos al Cielo”, etc. El Cielo está en un lugar del cielo, según parece.

Pero el Cielo como tal no es un lugar, según entiendo. No es que Dios esté arriba en el cielo. Recuerdo que Yuri Gagarin, el primer astronauta que salió de la atmósfera terrestre, dijo al volver a la Tierra que no había visto a Dios. Pues no, no está arriba. Btw, Gagarin era ruso comunista y le pagaron para que dijera esa estupidez.

El Cielo está en otro plano. Dios y los santos no están en un lugar sino en otra parte donde no hay tiempo. Y quizá la analogía entre cielo y Cielo sea tan fuerte porque vemos el cielo y nos quedamos sin palabras…

La grandeza del cielo nos trasciende absolutamente y nos recuerda que somos muy pequeños… pero también nos recuerda que tenemos un destino más allá de este hermoso cielo, que por más grande y puro que nos parezca, por más que disfrutemos contemplar su trasparencia y su serenidad, por más tardes que pasemos frente a él, por más sueños que tengamos sobre la felicidad y sobre la paz, por más creamos en el amor y en las risas, el Cielo será algo infinitamente mejor.

Entonces se entiende que cielo y Cielo utilizan las mismas letras: el cielo no es más que un reflejo mortecino y pálido –palidísimo– del Cielo. El cielo no es más que una fina sombra del Cielo. El cielo no es más que un vago recuerdo del Cielo.

Sólo piénsalo… y verás que vale la pena todo este esfuerzo, todo eso del valle de lágrimas.