jueves, 22 de abril de 2010

¡Católico, despierta!

Basta comprar (o robar, que ya hoy en día, casi da igual), cualquier periódico y abrirlo en cualquier sección para ver tristes y malas noticias: si lo abres en "Seguridad" encontrarás que hubo N cantidad de levantados, de homicidios o de robos. Si lo abres en "Deportes" encontrarás mil casos de deportistas que han abusado sexualmente de mujeres, encontrarás que hubo árbitros que arreglaron partidos por unos cuantos (miles) de dólares. Si lo abres en "Gente" encontrarás que Elton John dijo que Jesús "probablemente fue homosexual", que Ricky Martin se declaró homosexual abiertamente, que a no sé quién, Hacienda lo está investigando por evasión fiscal ilegal. Y así podríamos seguir con cualquier sección.

Y eso es sólo el periódico...pero podríamos seguir (casi) con cada aspecto de la vida y tristemente encontraremos sólo lo mismo y lo mismo: inseguridad, desempleo, abusos, intolerancia, desprecio, intransigencia...

De manera que todos, absolutamente todos, vemos los grandes problemas que aquejan a nuestro mundo (o al menos a nuestro país), y buscamos muchísimas respuestas: es culpa de tal o cual cártel, es culpa de que ganó el candidato de tal partido, es que el presidente no hace nada, es que todos están corrompidos.

Pero no, yo estoy seguro de que el problema no es la corrupción, ni el problema es que haya cárteles, ni el problema es nada de eso... Todo esto son sólo consecuencias de un único problema: el pecado. Todo lo malo que vemos hoy en día no es el "problema", sino consecuencias naturales del verdadero problema: San Pablo ya lo señalaba con magistral atino: "el salario del pecado es la muerte" (Rm 6, 23).

Sí, estoy seguro de que el problema es el siguiente: decidimos abrirle la puerta al pecado, y el pecado comenzó a apoderarse de nosotros a pasos agigantados (quisiera decir "poco a poco"... pero la verdad es que sería mentir). Y así, el pecado ennegreció el alma de los gobernantes (y lo que es peor, los aspirantes a gobernantes) para que sólo vieran por su propio interés y no por el utópico "bien común"; se adueñó del corazón de los policías y demás fuerzas castrenses para que vendieran sus "servicios" al mejor postor; el pecado se apoderó del corazón del muchacho que cada fin de semana se ahoga en el alcohol; se adueñó de la vida de la muchacha que por unos cuantos tragos gratis, ahí anda entregándole su cuerpo al espléndido chavo que patrocinó esos tragos; se apoderó del homosexual que no busca agradar a Dios sino satisfacer sus propios impulsos; se apoderó del patrón que explota horas extras (y con salarios ínfimos) a sus trabajadores con tal de ganar unos cuantos pesos más; y a la inversa, se apoderó el pecado, del trabajador que en sus horas de trabajo prefiere estar vagando en Internet haciendo de todo menos su trabajo; el pecado corrompió el alma de la madre de familia que olvida a esta última para irse toda la tarde con sus amigas a jugar bingo, a calumniar al resto de las vecinas, a gastar una buena cantidad de dinero en las famosas maquinitas.

La lista creo que es poco menos que interminable, pero en el fondo es una única razón: el pecado ha corrompido nuestra alma. De manera que, francamente hablando, nos encontramos "nadando en nuestra propia miseria", y lo que es peor, disfrutando de nadar ahí. Porque hoy por hoy, todos estamos consternados y preocupados por la situación que acontece, sin embargo, todos vivimos de lo lindo corrompidos por el pecado, por nuestro pecado.

Increíble, el pecado nos está comiendo y nosotros estamos dormidos en nuestros laureles, completamente aletargados. ¿Qué se puede hacer, entonces? La solución no está en dejar de salir a alguna fiesta porque "va a haber balacera", ni en ir a la marcha por la paz convocada por fulano de tal, la solución no está en crear un grupo de facebook que se llame algo así como "a que junto no sé cuántos miles que quieren que haya paz en México"... es más, la solución ni siquiera está en escribir esta pobre nota.

La única solución está en volvernos a Dios, en regresar, como el hijo pródigo, a la Casa Paterna. Regresar a Dios, anonadados, sabiendo que pecamos, sabiendo que decidimos apartarnos de Su Plan y entregarle nuestra vida. Escuché de algún buen amigo que la solución es "consagrar nuestro corazón a Jesús". Sí, ésa es la solución: cerrar la puerta al pecado y abrírsela a la Gracia Santificante de Jesucristo. La única solución está en las palabras del profeta Isaías: "preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos". Debemos enderezar nuestros caminos, nuestros senderos, para así, poderlos caminar de la Mano de Jesús.

Éste es el tiempo de volvernos a Dios: hoy, cuando todo parece ir velozmente hacia el desfiladero, es el momento exacto para regresar a Él, para dejar nuestro pecado y ser personas nuevas, revestirnos de santidad. Estoy seguro que hoy es el momento, hoy que parece estar perdido, porque San Pablo dijo claramente que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"(Rm 5, 20). Hoy que abunda el pecado, es momento de abrirle la puerta a la Gracia de Dios.

¡Católico, despierta! Este tiempo es el ideal para llenar Iglesias, para hablar de Dios en la oficina, en la escuela, en las fiestas, hoy es el tiempo de hacer oración, de llenar los Templos, de confesarnos, de comulgar, de pedir que María nos cubra con su manto. Hoy más que nunca es el tiempo de defender a nuestra Iglesia, tan atacada y embestida por tantos y tantos medios y de tan tristes maneras.

Hoy es el día de despertar, católico. Somos parte de la Iglesia fundada por Cristo, aquella a la que Jesús le hizo la promesa de que "los poderes del infierno no podrán contra ella" (Mt 16, 18). Tenemos la lucha ganada, Jesús ya la ganó por nosotros, ahora a nosotros sólo nos toca dejar que Jesús se manifieste en nuestra vida.

Regresa a la Iglesia, regresa a Casa, que Dios Padre te está esperando...

Espero que este pequeño video pueda servir de algo:

sábado, 10 de abril de 2010

Dices que sí pero no te creo
presumes tu firmeza
pero sólo veo dureza
en tu corazón terco

Te anuncias como seguidor
de aquel que te salvó
si es así, ¿dónde estabas?
aquél día que te necesitó

Le lloras jurándole amor
siempre que hay alguien presente
le prometes fidelidad
pero te volteas si Lo ataca la gente

jueves, 8 de abril de 2010

Sobre las misiones

Se equivocó aquel que dijo que para ser misionero había que irse muy lejos, y también el que afirma que primero hay que fijarse en los círculos de pobreza que tienes alrededor antes de pensar en viajar. Y vuelvo al punto que alguna vez traté en otro blog. No es que esté mal el que se va a Africa, Sudamérica o a Asia de misiones. Cuando hay una rectitud de intención, no estoy en contra de los viajes largos, siempre recordando que a final de cuentas es una decisión de dos personas la que se toma, y si la voluntad de Dios requiere que alguien de México vaya a evangelizar Indonesia, pues bien, quienes somos para juzgar. Lo más seguro es que aquella persona tenía las características más adecuadas para dicha labor.

Tampoco estoy tan encontra de aquellos que van de misiones a paises lejanos en busca de más comodidad, tranqulidad, esparcimiento y una búsqueda de autosatisfacción. Finalmente, cuantos de nosotros no fuimos por primera vez de misiones con una actitud más curiosa que de servicio. La clave de todo esto es la obediencia a las mociones del Espíritu Santo, con eso, todo, sin eso, o se vuelve simple filantropía, o se vuelve simple soberbia, o se desvirtúa, o se vuelve contraproducente.

Ya superada ésta etapa, a muchos misioneros les da por pensar que el misionar es cosa de los lugares retirados. Y se excusan en detalles como que es más dificil para ellos que les llegue la misa, los sacramentos, o quien les enseñe. Es cierto, pero también es cierto que la mayoría de las comunidades rurales visitadas aquí en México con el ánimo de hacer misión, tienen los servicios espirituales suficientemente cerca, al menos en cuanto a lo mínimo indispensable se requiere. Lo que no se tiene, ni en la ciudad ni en el campo es una evangelización activa por parte de la misma Iglesia.

Se ha despreciado el mandato del evangelio a ir y predicar. IR y predicar, no quedarse sentado y al que venga y en un ambiente que me guste, y si tengo ganas, y si la persona ya cree lo mismo que yo, ENTONCES ya platicamos de Dios. El mandato es a una actividad, a un hacer, no podemos esperar que el Reino de los Cielos aquí en la tierra llegue a su plenitud, si nuestro cristianismo se ha limitado a una vida sacramental pasiva, a una hora a la semana y busqueda de milagritos ocasionales. Y finalmente, si esperamos que la gente crea, que haya un verdadero cambio en los corazones de las personas y en nuestra sociedad, habrá que hacernos la pregunta "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quién no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" (Rm. 10,14-15a)

Evangelizar las comunidades alejadas es muy importante, pero lo es también, y quizá mucho más urgente, el evangelizar a nuestra propia gente. Porque la mayoría conoce el nombre de Jesús, lo ha oído mencionar gran parte de su vida, pero no conoce a Jesús, no conoce las escrituras, no conoce su evangelio, no lo hace suyo porque no hay quien se lo enseñe. Habrá recursos para que cualquiera vaya y lo busque, sí, pero hoy en día hay tantas corrientes y tantas doctrinas falsas, que es más fácil encontrar una aguja en un pajar que encontrar la verdad. Aquellos que nos gloriamos en poseer la verdad revelada por Jesucristo, comuniquémosla a los demás, siempre con la seguridad de que Él ya ha vencido.
Maranatha!

lunes, 18 de enero de 2010

Sobre las bendiciones

Ha sido de mi especial atención que se ha hecho preocupantemente frecuente la expresión "Dios te bendice", utilizada también con el resto de los artículos conocidos en el idioma español. Si bien en primera instancia parecería ser una frase inofensiva y se le pudiera acusar al autor de ésta entrada de ser un fanático radical que no tiene nada mejor que hacer, la realidad es que tiene muchas implicaciones un tanto graves.

En primer lugar estoy consciente de que muchas de las personas que la utilizan (probablemente la mayoría) ni siquiera diferencían entre ésta usanza y la tradicional ("Dios te bendiga"). Pero hay otra gran parte que busca usarla todo el tiempo utilizando una argumentación relativamente simple que podría parecer lógica. Dios, que es infinitamente bueno, te bendice todo el tiempo, y como tengo esa seguridad, es mejor decirlo así. Bien, podría parecer lógico, pero ¿qué implicaciones tiene?

Vivimos en una sociedad posmoderna, y dentro de los síntomas de dicha sociedad, está el de pasar todo por alto, ver todo como bueno y la permisividad general. Esto, traducido a un ámbito religioso, lo hace en la creación a un dios a la medida de todos, que es bueno conforme a lo que cada quien considera bueno, que no exige, que perdona sin necesidad de arrepentimiento y si, que bendice sin necesidad de que queramos ser bendecidos. El conflicto que genera esto, es que Dios no es un "diosito". Dios es el todopoderoso, el Rey de reyes y Señor de señores. Es misericordioso, si, pero también es justo, y no puede una cualidad excluir a la otra. Nos redimió, si, pero jamás le quitó la libertad al hombre de condenarse si ésa es su voluntad. Nos da la gracia, la fe, la esperanza, la caridad, los dones del Espíritu, la salvación y su bendición, pero todo esto siempre gracias a una acción positiva del hombre. Dios no impone nada, el hombre es partícipe de su propia salvación y de su propio porvenir.

También en la Biblia en repetidas ocasiones se nos pide orar con insistencia. El mismo Jesús les habla a sus discípulos sobre la importancia de orar con constancia al Padre. "Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?"(Lc. 11,13). Si las gracias y bendiciones de Dios vinieran por sí solas, entonces, ¿Por qué habríamos de pedir en el padrenuestro por la venida del reino de Dios, que se haga Su voluntad, que nos dé el pan de cada día, etc.? Es un hecho que Dios conoce lo que queremos incluso antes de que una palabra se forme en nuestros labios, sin embargo quiere que le pidamos y no desfallezcamos, por eso la palabra de Dios dice antes de que Jesús diga la parábola de la viuda y el juez injusto: "Y les refería Jesús una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer" (Lc. 18,1). Ahora, si podemos (y debemos) orar con insistencia al Padre por nuestra propia bendición, ¿por qué no habríamos de desear a nuestros hermanos que dicha bendición, que quizá él o quizá uno mismo está pidiendo sobre él, se cumpla?

Del mismo modo, de llevarse al extremo ésta corriente pondría en duda más prácticas de nuestro accionar católico cotidiano. Desde cosas tan simples como el desearse la paz en la misa (que la paz, la paz de Dios, que es un don, esté contigo), la bendición de imágenes, carros, casas, locales, etc, por medio de agua bendita, hasta la bendición por parte de presbíteros y diáconos y un largo (y bendito) etcétera.

Finalmente, y creo que con esto todo queda mucho más claro, Dios mismo mandó la fórmula original, así que los dejo en su meditación con un fragmento de la Biblia:

Entonces habló el Señor a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y a sus hijos y diles: "Así bendeciréis a los hijos de Israel. El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y te dé la paz." Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré." (Nm. 6, 22-27)

domingo, 10 de enero de 2010

Falta de caridad

Me puse a pensar en muchas cosas después de leer un libro y ver una película (Tan solo terminando de leer vi la película).

El libro se titula “un exorcista entrevista al diablo” y la película “La invención de la mentira”. Después de que el libro se refiriera al demonio como el príncipe de la mentira me pareció interesante ver la película. Para mi sorpresa fue muy diferente lo que esperaba de lo que vi.

La película básicamente va así: En el mundo no existen las mentiras, la gente simplemente no las conoce, por lo tanto siempre habla con la verdad y puedes confiar en lo que te dicen. Hasta ahí todo bien la verdad es que uno pensaría que se trata de un mundo bastante agradable, pero la película lo pinta muy diferente. Propone una sociedad en la que todos hablan mal de todo mundo, que si estas gordo, que si apestas, que si te odio, etc.

En vez de ser esto una sociedad honesta creo que es una sociedad criticona, no crítica, criticona. El ser honesto no necesariamente significa insultar a todo aquel que no nos agrada. En fin la historia sigue con un hombre que no le salen muy bien las cosas y necesita dinero para pagar la renta, y en el banco le dicen que no hay sistema pero que cuánto dinero tenia, y en su interior surge la sugerencia de decir más dinero del que tenía. Como en ese mundo no existen las mentiras la señora le cree y le da más dinero del que debería. El hombre se da cuenta de esto y usa las mentiras para su beneficio, y después para “beneficio” de los demás. Les da ánimos y esperanza con “mentiras” (lo pongo entrecomillado por que las mentiras son “todo va a estar bien” “ya pasará” “se solucionará”) y de este modo hace ver las mentiras como buenas. Después cuando está muriendo su madre le da ánimos diciéndole que irá a un lugar hermoso lleno de felicidad junto con sus seres queridos. Después todos se creen esta “invención” suya y quieren saber más, por lo que este hombre “inventa” un ser superior que todo lo ve y todo lo controla y es quien nos lleva a ese lugar bueno si es que nos portamos bien.

Después de leer el libro en el que se mencionas más de una vez que el demonio usa precisamente esa táctica de hacerse el que no existe para que la gente vaya directo al pecado creo que la película fue un muy buen ejemplo. El poner la religión como una burla y una mentira, el hacer creer que la verdad es mala y que una mentirilla no hace daño si no hasta puede hacer bien.

El problema con la película es que pone la honestidad como el no guardarse las críticas destructivas, cuando en realidad la honestidad y la verdad son virtudes buenas que vienen de Dios, por lo tanto van acompañadas de amor y caridad. Al plantear una honestidad sin caridad la gente lo ve como algo malo, y no se equivocan, el problema es que dejan la caridad de un lado.

Sin amor este mundo seguirá siendo un “tirar caca” al primero que pueda y seguiremos estando como estamos y abriéndole las puertas al maligno.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Año nuevo, vida nueva

Pero, ¿de verdad estaremos dispuestos a empezar una vida nueva? Joseph Pearce, afamado escritor, habla sobre las características de las personas convertidas al catolicismo a lo largo del pasado siglo XX: Existía, en primer lugar, un profundo desengaño “del mundo” y de lo que este era capaz de ofrecer; un deseo de profundidad en un mundo superficial; un deseo de permanencia en un mundo cambiante; y de certeza en un mundo de dudas.

Deseo, palabra clave. Tú lo sabes, yo lo sé, el mundo no satisface las necesidades de nadie. Lo que ofrece no trasciende lo suficiente, es demasiado superficial, es demasiado cambiante, demasiado inestable, demasiado dudoso. Te invito a que reflexiones sobre esto y sobre cuales áreas de tu vida son demasiado “mundanas”. Ese vacío existencial que has sentido, solo puede ser llenado por Dios. Si el año pasado se te pasó de noche, como viento fugaz o simplemente demasiadorápido, demasiado vacío, demasiado sin sentido, prueba algo diferente este año.

¿Pero que hay que hacer para realmente cumplir con ese rechazo al mundo? Sigfried Sasoon, poeta inglés, decía: “A mi pobre y viejo “yo” le pregunte muchas veces a cuántas cosas estaba dispuesto a renunciar si me convertía en católico. Y la respuesta siempre fue la misma: me lo pedían todo.” ¿A cuántas cosas estamos dispuestos a renunciar? Cuestiona tu cristianismo si se limita a las misas de precepto y confesiones en cuaresma. Cuestiónalo si no eres perseguido o calumniado por tu forma de pensar y de vivir. Proponte vivir cada día un poquito más devotamente, un poquito más apegado a Cristo, ligeramente más apegado a Su Iglesia. En pocas palabras, te invito a que dejes de ser un “católico light”. Y vas a ver que ese rechazo al mundo, que por supuesto viene acompañado de una cruz, te va a traer más felicidad de la que puedas soportar. ¡Y alégrate, que con Dios se puede!

“Pero Dios, que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo” (Ef. 3,4-5)

lunes, 30 de noviembre de 2009

Misericordias Domini

i. Una de las sensaciones más humanas es la del arrepentimiento. No me refiero ni al remordimiento ni a la obsesión escrupulosa. Cuando pienso en arrepentimiento lo visualizo como una respuesta que tiene preparada el corazón para la estupidez propia: una oportunidad de dar marcha atrás a la violencia y al egoísmo humano que está al alcance de todos.

Creo que entre más humana sea una sensación puede ser más divina; entre más grande sea la sensación más se aproxima al cielo y mejor puede ser penetrada por la Gracia de Dios. Por eso creo que el arrepentimiento es muy humano.

Quería escribir algo sobre el arrepentimiento como una respuesta a las mociones divinas. Nos arrepentimos porque queremos resarcir la ofensa que hemos cometido. Un niño tiene muy claro esto: desobedecer a su conciencia es algo muy doloroso. Por eso pide perdón con lágrimas cuando ha ofendido a sus padres. No tienen claro todo lo que sus padres han hecho por él, pero alcanza a vislumbrar un esbozo de su entrega. Y detrás de ese acto –o más bien, por encima– están los padres que le han enseñado a seguir la voz de su conciencia a la hora de discernir qué es bueno y qué es malo.

Con Dios pasa lo mismo. Nos duele haber rechazado su amor –eso es el pecado, un rechazo nuestro, más que una haber desobedecido a Dios– porque Él quiere perdonarnos. Siempre. Las veces que sean necesarias. Las veces que se lo pidamos. Nos tira el anzuelo para que piquemos. Y ya en el camino del arrepentimiento nos topamos con que Dios mismo sale a buscarnos con un abrazo. No era tan largo ni doloroso el camino de vuelta como parecía.

ii. El corazón humano no necesita un lugar físico para expandirse. No lo necesita tampoco para desplegar su infinito potencial capaz de percibir belleza. La historia ha visto cientos de poetas que, encerrados en las peores condiciones de pobreza o de cautividad, han logrado expresar con elegancia, sutileza y magnanimidad la luz que surge del corazón humano, por más oprimido o necesitado que esté.

Pero me parece evidente que ciertos lugares facilitan y promueven esa comunión del corazón con la belleza y con la bondad.

Pienso en iglesias antiguas, altas y frías. Pienso en Notre-Dame de París, en Brompton Oratory de Londres, en San Juan de Letrán de Roma –salvo en agosto pues seguro que fría no estará–, en la Catedral de Toledo, en la Catedral praguense de San Vito y en la Stephansdom vienesa. Sí, también pienso en Fátima, en Santa Engracia, en Reina de los Ángeles y en San Franciso… pero sólo porque me recuerdan a esas otras grandes iglesias.

En ellas es fácil percibir la llamada divina al arrepentimiento, y más si un órgano y un coro llena el aire de música.

Uno se deja envolver por Dios –claro, también al alcance en cualquier montaña, en cualquier bosque y en cualquier noche oscura, pero menos palpable– y se deja llevar por senderos que reconducen a la paz y a la serenidad. El corazón suelta sus amarras terrenas y se funde con la Misericordia divina. Las lágrimas tímidas y los deseos de santidad dejan de ser ásperos y se endulzan con la Gracia. Vemos al Crucificado que abre sus brazos a la humanidad entera en medio de un dolor que nos purifica. ¿Quién puede resistirse a esta suave llamada a la reconciliación? Y ya, al borde del llanto contrito, nos topamos a la Virgen que nos sonríe. Entonces lloramos hasta quedarnos sin lágrimas.

Y viene la Paz. Y reiniciamos el camino… otra vez.

iii. Mozart compuso Misericordias Domini (las Misericordias del Señor) usando como base el salmo 89, cuyos primeros versos dicen: “Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque tú has dicho: Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el cielo (…)”.

Me parece que el mundo cambiaría bastante si meditásemos con frecuencia esta última frase.